Cronopio

Powered By Blogger

miércoles, 12 de enero de 2011

De la inconstancia de nuestras acciones.



Los que se emplean en el examen de las humanas acciones, nunca se encuentran tan embarazados como cuando pre-tenden armonizar y presentar bajo el mismo tono los actos de los hombres, los cuales se contradicen comúnmente de tan extraña manera, que parece imposible el que pertenezcan a un mismo cosechero. El joven Mario mostrose unas veces hijo de Marte, e hijo de Venus otras. Del pontífice Bonifacio VIII dícese que entró en el ejercicio de su cargo como un zorro, que se condujo como un león y que murió como un perro. ¿Y quién hubiera jamás creído de Nerón, imagen verdadera de la crueldad, que al presentarlo para que la firmase una senten-cia de muerte, respondiese: «¡Pluguiera a Dios que nunca hubiera aprendido a escribir!» Tal dolor lo ocasionaba la condenación de un hombre. Ejemplos semejantes son abun-dantísimos; cada cual puede hallarlos en sí mismo, y yo en-cuentro peregrino el ver que las personas de entendimiento se obstinen en armonizar actos tan contradictorios, en vista de que la irresolución me parece el vicio más común y visible de nuestra naturaleza, como lo acredita este famoso verso de Publio, el poeta cómico:
Malum consilium est, quod mutari non potest. 1
Puede haber asomo de razón en juzgar a un hombre por los más comunes rasgos de su vida, pero en atención a la na-tural instabilidad de nuestras costumbres e ideas, entiendo que hasta los buenos autores hacen mal obstinándose en formar del hombre una contextura sólida y constante: eligen un principio general, y de acuerdo con él ordenan o interpre-tan las acciones, y si no logran acomodarlas a la idea precon-cebida, toman el partido de disimular las que no entran en su patrón. Augusto escapa a sus apreciaciones, pues en tal hom-bre se reunieron una variedad de actos tan rápidos y conti-nuos durante todo el curso de su vida, que no ha sido posible, ni siquiera a los historiadores más arriesgados, formular so-bre él un juicio estable. Creo que la cualidad dominante en los hombres es la inconstancia; la cualidad contraria rara vez se ve en ellos; quien los juzgare al por menor, menudamente se acercará más a la verdad. Es difícil encontrar en toda la anti-güedad una docena de hombres que hayan dirigido su vida conforme a principios seguros, lo cual constituye el fin prin-cipal de la filosofía; comprendería en síntesis, dice un escritor antiguo, y no acomodaría a nuestra vida, es querer y no que-rer constantemente una misma cosa; yo me permitiría añadir, siempre y cuando que la voluntad fuese justa, pues si no lo es, es imposible que sea constantemente una. En efecto, yo sé de antiguo que el vicio no es más que desarreglo y falta de medida y, por consiguiente, es imposible suponerle constancia. Atribúyese a Demóstenes la siguiente máxima: «El fundamen-to de toda virtud, es la consultación y deliberación; su fin la perfección y constancia.» Si mediante la razón emprendiéra-mos determinado camino, tomaríamos el mejor, mas nadie abriga tal pensamiento
Quod petit, spernit; repetit quod nuper omisit;
aestuat, et vitae disconvenit ordine toto. 2
Nuestra ordinaria manera de vivir consiste en ir tras las inclinaciones de nuestros instintos; a derecha e izquierda, arriba y abajo, conforme las ocasiones se nos presentan. No pensamos lo que queremos, sino en el instante en que lo que-remos, y experimentamos los mismos cambios que el animal que toma el color del lugar en que se le coloca. Lo que en este momento nos proponemos, olvidámoslo en seguida; luego volvemos sobre nuestros pasos, y todo se reduce a movimien-to e inconstancia;


Ducimur, ut nervis alienis mobile lignum. 3
Nosotros no vamos, somos llevados, como las cosas que flotan, ya dulcemente, ya con violencia, según que el agua se encuentra iracunda o en calma:
Nonne videmus,
quid sibi quisque velit, nescire, et quaerere semper,
commutare locum, quasi onus deponere possit? 4
cada día capricho nuevo; nuestras pasiones se mueven al compás de los cambios atmosféricos:
Tales sunt hominum mentes, quali pater ipse

Juppiter auctiferas lustravit lumine terras. 5
Flotamos entre pareceres diversos; nada queremos libre-mente, absolutamente, constantemente. Si alguien se trazara y se estableciera determinadas leyes y régimen concreto de vida, veríamos que en su conducta brillaba una armonía ca-bal, y en sus costumbres un orden y una correlación infali-bles, lo mismo que en todos los actos de su existencia. Empé-docles advirtió la siguiente contradicción en los agrigentinos, quienes se entregaban a los placeres como, si hubieran de morir al otro día, y edificaban como si su vida hubiera de du-rar siempre. El plan de vida sería bien fácil de realizar, como puede verse por el ejemplo de Catón, el joven: quien ha toca-do una tecla, las ha tocado todas; es una armonía de sonidos bien acordados que no puede desmentirse. No seguimos no-sotros tan prudente ejemplo; formamos tantos juicios parti-culares como actos realizamos. Lo más seguro, en mi opinión, sería acomodarlos a las circunstancias próximas, sin entrar en investigación más detenida, y sin deducir otra consecuen-cia.
Durante los estragos de nuestro pobre Estado me conta-ron que una muchacha nacida cerca del lugar en que yo, me hallaba, se había precipitado de lo alto de una ventana para escapar a los ardores de un soldado, huésped suyo; la caída la dejó con vida, y para comenzar de nuevo su empresa quiso clavarse en la garganta un cuchillo, intento que al pronto pu-do impedirse, pero luego se hirió fuertemente. Confesó la joven que el soldado no había empleado con ella más que jue-gos, solicitaciones y presentes, pero que sintió miedo de que lograra su propósito; al hablar así, sus palabras, su continente y hasta la sangre que brotaba de su cuerpo daban testimonio de su virtud, cual si fuera nueva Lucrecia. Pues bien, yo he sabido que antes y después de este suceso la muchacha había sido mujer alegre, y no tan difícil de abordar. Como dice el cuento: «Por hermoso y honrado que seas no deduzcas, al no conseguir tu propósito, que tu amada es casta e inviolable; no puede asegurarse que algún mulatero deje de encontrarla en su cuarto de hora.»
Habiendo Antígono cobrado afecto a uno de sus soldados por su esfuerzo y valentía, ordenó a sus médicos que le cura-sen de una larga enfermedad que le venía atormentando tiempo hacía; y advirtiendo después de la curación que cumplía flojamente con sus deberes, le preguntó quién le hab-ía cambiado y hecho cobarde: «Vos mismo, señor, respondió el soldado, al descargarme de los males que me hacían la vida indiferente.» Un soldado de Luculo fue desvalijado por sus enemigos y llevó a cabo contra ellos una lucida hazaña; cuan-do se hubo reintegrado de la pérdida, Luculo le tuvo en buena opinión, y quiso emplearle en una expedición arriesgada va-liéndose de las mejores advertencias que se le ocurrieron pa-ra animarle.
Verbis, quae timido quoque possent addere mentem 6:
«Servíos, le contestó, de algún miserable soldado saquea-do»,
Quantum vis, rusticus: Ibit,
ibit eo, quo vis, qui zonam perdidit, inquit 7,
y rechazó resueltamente el ir donde se le mandaba. Cuan-do leemos que Mahoma ultrajó y trató con dureza excesiva a Chasán, jefe de los genizaros, porque a pesar de ver sus tro-pas malparadas por las de los húngaros se conducía cobar-demente en el combate, y que Chasán por toda respuesta se lanzó solo, furiosamente, en el estado en que se encontraba, con las armas en la mano, en el primer cuerpo enemigo que se presentó ante sus ojos, la acción no es en el fondo justifica-ción, sino enajenamiento; no es proeza natural, sino nuevo despecho. Aquel a quien ayer visteis tan dado a las aventuras no extrañáis verle poltrón mañana; merced a la cólera, a la necesidad, a la compañía, al vino, o al sonido de una trompeta había hecho de tripas corazón; su arrojo no tuvo por origen el sereno raciocinio, las circunstancias le impelieron, y no es maravilla que sea otro hombre movido por acontecimientos contrarios. Esta variación y contradicción tan versátiles que se ven en nosotros, han sido causa de que algunos piensen

que tenemos dos almas, y otros que estamos dotados de dos fuerzas distintas, las cuales nos acompañan y agitan de modo diverso, hacia el bien la una y la otra hacia el mal, porque no concibieron que tan brusca diversidad de actos emanaran de un solo espíritu.
No sólo me afectan los accidentes exteriores, sino que además yo mismo experimento alteración y mudanza por la instabilidad de imposición; y quien detenidamente se exami-ne encontrará que el mismo estado de espíritu rara vez se re-pite de nuevo. Yo imprimo a mi alma a un aspecto, ya otro, según el lado a que la inclino. Si de mí mismo hablo unas ve-ces de diverso modo que otras, es porque me considero tam-bién diversamente. Todas las ideas más contradictorias se encuentran en mi alma, en algún modo, conforme a las cir-cunstancias y a las cosas que la impresionan: vergonzoso, in-solente; casto, lujurioso; hablador, taciturno; laborioso, negli-gente; ingenioso, torpe; malhumorado, de buen talante; men-tiroso, veraz; sario, ignorante; liberal, avaro y pródigo; todas estas cualidades las veo en mí sucesivamente, según la direc-ción a que me inclino. Quien se estudie atentamente encon-trará en sí mismo y hasta en su juicio igual volubilidad y dis-cordancia. Yo no puedo formular ninguno sobre mí mismo que sea concluyente, sencillo y sólido, sin confusión y sin mezcla, tampoco resumirlo en una palabra: Distingo es el término más universal de mi lógica.
Aun cuando yo me incline siempre a elogiar las buenas obras y a interpretar más bien en buena parte las acciones que muestran ser dignas de alabanza, sucede que la singula-ridad de nuestra condición hace que por el vicio mismo muchas veces seamos impulsados a practicar el bien (si el bien obrar no se juzgase por la sola intención que lo guía), según lo cual un hecho valeroso no presupone un hombre valiente: el que lo fuera en realidad seríalo siempre, en todas ocasio-nes. Si se tratara realmente de una virtud acostumbrada y no de un rasgo imprevisto, la acción valerosa haría al hombre igualmente resuelto para afrontar todos los accidentes que le sobrevinieran, lo mismo encontrándose solo que acompaña-do; así en campo cerrado como en una batalla, pues dígase lo que se quiera no hay distinto valor en la calle que en campo raso; tan valientemente soportaría una enfermedad en su cama, como una herida en un campamento, no temería la muerte en su lecho como no la tiene miedo al encontrarse en un asalto; no veríamos al mismo hombre conducirse unas ve-ces con bravura y atormentarse luego por la pérdida de un hijo o por la de un proceso; cuándo cobarde hasta la infamia, cuándo firme en la miseria; y otros a quienes asusta la navaja de afeitar del barbero, que permanecen firmes contra la es-pada de sus adversarios. La acción es digna de alabanza en todos esos casos, no el hombre que la realiza. Algunos grie-gos, dice Cicerón, no podían soportar la vista del enemigo, y en cambio resistían tranquilos las enfermedades. Los cim-brios y los celtíberos experimentaban lo contrario: Nihil enim potest esse aequabile, quod non a certa ratione proficiscatur 8.
No hay valor que pueda compararse, en el orden militar, con el de Alejandro Magno, pero el esfuerzo de su ánimo, aunque de una sola especie, y en esta misma incomparable, como todo, tiene todavía sus puntos débiles, los cuales hacen que le veamos descomponerse ante las más leves sospechas de las maquinaciones que los suyos tramaban contra su vida, y conducirse en ellas con vehemente injusticia y con un temor que oscurecía las luces de su razón. La superstición, que tam-bién le dominaba, es en algún modo prueba de pusilanimi-dad; y el exceso de penitencia que hizo con motivo de la muerte de Clito testifica igualmente la desigualdad de su ánimo. Nuestra conducta se compone de partes heterogéneas y desligadas, con las cuales pretendemos alcanzar un honor ilegítimo. La virtud no consiente ser practicada sino por ella misma, y si muchas veces se aparenta su aspecto para ejecu-tar un acto que se aparte de ella, muy luego nos arranca la máscara del semblante; es la virtud a manera de vivísimo e intenso colorido que no se separa del alma sino haciéndola añicos. He aquí por qué para juzgar a un hombre es preciso seguir sus pasos desde los comienzos, e inquirirse de los pormenores más nimios; si la constancia no se descubre en sus acciones, cui vivendi via considerata atque provisa est 9; si la variedad de acontecimientos modifica la dirección de sus pasos (no digo la rapidez, porque el paso puede apresurarse o acortarse), dejadle correr, ése sigue la dirección adonde el viento le lleva, como reza la divisa de nuestro Talebot.
No es maravilla, dice un escritor antiguo, que el acaso pueda tanto sobre nosotros, pues que por acaso vivimos.

Quien no ha enderezado su vida hacia un determinado fin es imposible que pueda ser dueño de sus acciones particulares; es imposible que ponga en orden las piezas de que se compo-ne un conjunto, quien no tiene de antemano en el espíritu la idea de ese mismo conjunto. ¿Para qué serviría la provisión de colores a quien no supiera lo que tenía que pintar? Ningu-no hace de su vida designio determinado, ni delibera sino por parcelas. El arquero debe primeramente saber el punto don-de dirige el dardo; luego acomodar la mano, el arco, la cuerda y los movimientos: nuestros consejos nos extravían porque carecen de dirección y de fin; ningún viento sopla para el que no se dirige a un puerto determinado. No soy del parecer de los jueces que encontraron que Sófocles era apto para el ma-nejo de las cosas domésticas contra la acusación de su hijo, por haber presenciado la representación de una de sus trage-dias; ni apruebo tampoco lo que los parios conjeturaron cuando fueron enviados para reformar a los milesios: al visi-tar aquéllos la isla se fijaron en las tierras que estaban mejor cultivadas y en las casas de labor mejor gobernadas; registra-ron el nombre de los dueños de unas y otras, reunieron luego a los habitantes de la ciudad y confirieron a aquéllos los car-gos de gobernadores y magistrados, juzgando, que como eran cuidadosos en sus negocios privados seríanlo también en los negocios públicos. No somos más que seres fragmentarios de una contextura tan informe y diversa, que cada pieza de las que nos forman, y cada momento de nuestra vida, hacen un juego distinto, y se encuentra diferencia tan grande entre no-sotros y nosotros mismos, como la que existe entre nosotros
y los demás hombres: Magnam rem puta, unum hominem age-re 10.
Puesto que la ambición puede enseñar a los mortales la práctica del valor, la de la templanza, la de la liberalidad y hasta la de la justicia; puesto que la codicia puede llevar bríos al pecho de un marmitón educado en la sombra y en la ocio-sidad, y hacer que se lance muy lejos del hogar doméstico a la merced de las ondas y de Neptuno irritado, en un frágil barco; puesto que también enseña la discreción y la prudencia, y Venus provee de resolución y arrojo a la juventud que per-manece todavía bajo la disciplina y la vara, al par que subleva el tierno corazón de las doncellas, aún en el regazo de sus madres:
Hac duce, custodes furtim transgressa jacentes,
ad juvenen tenebris sola puella venit 11:

no es de ningún modo cuerdo ni sensato el juzgarnos so-lamente por nuestras acciones exteriores, es preciso introdu-cir la sonda hasta lo más recóndito de nuestra alma y ver cuá-les son los resortes que la ponen en movimiento. Empresa ardua, elevada y sujeta a mil conjeturas, en la que yo quisiera ver ocultos a muy pocos, por las muchas dificultades que en-cierra.


1 No es un plan excelente el que no puede modificarse. Ex Publii Mimis.2 Abandona lo que quería poseer; de nuevo vuelve a lo que ha dejado; siempre flotante, él mismo se contradice sin cesar. HORACIO, Epíst., I, 198. (N. del T.)
3 Nos dejamos llevar como el autómata sigue a la cuerda que lo conduce. HORACIO, Sat., 7, 82. (N. del T.)
4 ¿Acaso no vemos que el hombre busca siempre algo, sin saber lo que desea, y que cambia sin cesar de lugar como sí así pudiera verse libre de la carga que lo abruma? LUCRECIO, III, 1070. (N. del T.)
5 Los pensamientos de los mortales, sus duelos y alegrías, cambian con los días que Júpiter les envía. Odisea, XVIII, 135. (N. del T.)6 En términos capaces de animar al más tímido. HORACIO, Epíst., II, 2, 36. (N. del T.)
7 Grosero y todo como era, respondió: «Irá allí quien haya perdido su cau-dal.» HORACIO, Epíst., II, 2,39. (N. del T.)
8 Para seguir una conducta uniforme es necesario tomar como punto de partida un principio invariable. CICERÓN, Tusc. quaest., II, 27. (N. del T.)
9 De modo que siga sin desviarse jamás el camino que se ha trazado. CI-CERÓN, Parad., V, I. (N. del T.)
10 Vivid persuadido de que es bien difícil ser constantemente el mismo hombre. SÉNECA, Epíst., 120. (N. del T.)
11 Instigada por Venus la joven pasa furtivamente junto a los que la vigilan, y sola, durante la noche, se dirige en busca de su amante. TIBULO, II, 1, 75. (N. del T.)

Michel De Montaigne.

No hay comentarios:

Publicar un comentario