Cronopio

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viernes, 14 de enero de 2011

Epílogo.




A fuerza de tropezones, apenas en la edad madura llegué a ciertas verdades útiles a que algunos privilegiados, Maquiavelo, por ejemplo, llegaron muy niños o las tuvieron de nación. ¿Será culpa del trópico?
Ahí está el ombligo de este libro; quiero decir, que ya en el umbral de las sombras llegué a saber que la felicidad terrena está en proporción de la adaptabilidad social del individuo. Esta verdad la tienen los jesuitas desde el siglo XVIII y por eso son tan felices. El rey es mi gallo. Lo demás es Manjarrés.
En esta novela que leísteis me he deleitado en la pintura minuciosa del que habitó en mí durante mi niñez y juventud y que tanto me hizo padecer. Es, pues, algo de autobiografía. Reniego así de mi obra y vida anteriores, o, dicho con palabras más suaves, me despido del maestro de escuela. Hoy, viejo ya, me pesa el haber maltratado la realidad. Lo que suelen llamar verdad son los sueños de los desadaptados.
Este maestro que fui yo y que ya enterramos, no hizo sino dificultarme el camino. El que hoy habita en mi cuerpo es obediente como el agua, y así el cadáver que seré muy pronto irá en su automóvil de un solo pasajero, seguido de una lucida cola de senadores, directores, ministros e industriales.
¡Qué atrasados somos en Suramérica a este respecto! Sólo aquí se quedan enojados para siempre los candidatos presidenciales derrotados; que les robaron el triunfo es su eterna frase. En otras partes, el derrotado felicita al electo; obedecen a la realidad. ¡Qué amarga es la vida de los “solitarios maestros”, amancebados con “sus viejas verdades incomprendidas”!
El hombre es animal social. Por eso, al maestro de escuela “incomprendido”, un gran pánico comienza hacia los cuarenta años a amargarle los amaneceres. La gente no permite la libertad.
La sinceridad es de las vírgenes. ¿Soy acaso un sapo de tinajero? ¿Podía vivir así, debajo de mí mismo, nutriéndome de mí mismo? Creo que ya quedaron convencidos los que dudaban. El que haya aguantado más de los cuarenta y seis años que yo aguanté debajo de la fría alcarraza, en actitud de sapo nocturno, atisbando lo que no dijo que vendría, que me arroje la primera piedra.
Cierto es que a los del tinajero les corresponde “la gloria”, que es comida para muertos. A nosotros, realistas, dennos salud, poder y amor.
En los últimos días en que fui Manjarrés, ayer no más, tenía a ratos la sensación de que los otros me iban a echar encima sus automóviles cuando alguno de mis retornos nocturnos de beber café bajo las ceibas, y que a casa, a mi mujer e hijos, en “La Huerta del Alemán”, llevarían el cadáver feísimo de un “grande hombre incomprendido”. ¡Qué asco!
A este nuevo hombre que somos desde ahora, el busto dénselo en plata. Vendo la lápida también, por cincuenta.
Acaba de entrar un mulato y comenzó así: “Usted que es un pensador... Traigo este libro para que se suscriba...”, etc.
Si soy un pensador distinguido, interrumpíle, deme un peso... ¡No ve! Diciéndome eso, usted quiere coger mi dinero; y luego, usted sale y yo me quedo con “la gloria”. A mí, señor don pendejo, deme la gloria en plata.
El lector astuto verá tras estos sentimientos la vanidad cristiana del autor. A todos nos criaron en el sentimiento de ultramundos, “la gloria” y “la verdad”. ¿La humildad cristiana, por ejemplo? “El último será el primero”. Luego tenemos que se humillan para ser ensalzados, para despreciar en el Cielo a aquellos ante quienes se rebajaron en la Tierra.
Manjarrés está enterrado, pero se remueve en el hoyo. De ahí que, para rematarlo, haya sido preciso este epílogo tan largo. Yo, señores, no creo ya sino en la plata, la salud y el amor. No creo en astronomías. De hoy en adelante mi deleite será el ser don Tinoso; que si me apunto al cero, salga, y que mis candidatos sean los que van a ser electos; es decir, renuncio a filosofías y me hago profeta... de lo que vaya sucediendo.
Matar a Manjarrés, cuando habita en nosotros de nacimiento, es lo más difícil. Nietzsche y Marx, por ejemplo, dizque lo asesinaron: ¡Que mueran ya los predicadores de ultramundos!, gritaban, y ambos crearon ultramundos, el superhombre y cierta realidad... soñada.
¡No me hablen de contradicciones! Al segundo, ya era diferente del que parió mi madre, quien me hizo cabezón e infiel como la vida. ¿Soy acaso estacón de comino de alambrada de púas? ¿Soy por ventura habitación de ideólogos o de espíritus ciegos? Soy de carne y hueso; sufro las pasiones; padezco y reacciono; hoy río y mañana lloro. Estacón no, cagajón río abajo, sí.
Afortunadamente, los sufrimientos y el estudio de las vidas de los que están en “la gloria”, comiendo la comida hecha de paja, me fortalecieron el brazo para la puñalada en el corazón de Manjarrés. Ayer no más, una vieja sin rastros ya de halagos, llevó un cuadro a los yanquis, quienes le aplicaron sus máquinas y... ¡era un Rembrandt...! ¡Setecientos mil dólares! Y el viejo pintor murió de miseria, la enfermedad que duele mucho. ¡Vieja y yanquis hideputas! Hay que matar al Manjarrés, ¡oh jóvenes!
Sed tinosos: que el gallo que gane sea vuestro gallo. Lo demás es la vida de las sombras, vida en donde no hay ganas, en donde no hay dedos con qué tocar, paladar con qué gustar ni narices con qué oler.
Ahora, en vez de libros y de arte, daremos plata en mutuo, al tirón, como Marceliano. Venderé “La Huerta del Alemán”, y su precio, al uno y cuarto, intereses anticipados de un año, y decidme... ¿soy un pendejo? ¡Lo fui, lo fue el pobre maestro de escuela!
¿Y respecto de la honradez? Un pariente de mi mujer, comerciante que murió viejo y que se llamaba Macario, no pudo hallar el lindero preciso de la estafa y el comercio; murió en la duda de cuál de esas dos industrias había ejercido en su almacén. Es como los jesuitas y los Hermanos Cristianos, que cambian anualmente los textos para ejercer la industria de librería. ¿Roban o negocian? Es lo mismo, y désele el nombre que se le diere, ellos ejercen el dominio de la Tierra y del Cielo. “La bondad”, “la verdad”, “la honradez”, etc., son de libros, invenciones de los astutos; en la tierra de Adán y Eva no hay sino la causalidad, que es fría, inexorable.
Si lo único es la fría causalidad ¡pues llevemos siempre en el bolsillo los apuntes de cómo debemos obrar y reaccionar en cada caso! ¿Para qué somos el animal inteligente? Para que cada acto sea ejecutado con un propósito. La naturalidad es animal; esto en la vida y en el arte; lo humano es la inteligencia. De ahí que la escuela naturalista haya acabado con las buenas maneras y con las reglas, hundiendo al hombre nuevamente en la animalidad primitiva.
Decir lo que sentía y pensaba fue la inmunda práctica de Manjarrés. Eso lleva al nudismo y al vivir a la enemiga.
Decir lo que debo y ocultar mis perjudiciales sentimientos, es la norma del que asesinó a Manjarrés.
¡Dénme el busto en plata!
¡Qué difícil convertirme en don Tinoso, gran lambón del presupuesto! Acabo de llegar del aeródromo de encontrar al candidato. Los jefes estaban borrachos y me miraron con desconfianza, como diciendo: ¿A qué viene Manjarrés? Resulta que arrastro el cadáver del maestro de escuela; éste no me abandona. ¡Lo escupiré, lo insultaré!
Los “jefes” corrían y se empujaban en brega sudorosa por colocarse en donde el candidato les viese. A mí no me vio; el cadáver de Manjarrés me paralizó en un rincón. Hice un esfuerzo y le compré a “uno” un escudo con el retrato del hombre que íbamos a recibir. ¿No te avergüenza ponerte eso en la solapa?, gritóme el cadáver, y no fui capaz...
Mi mujer: —¿Cómo te fue?
Yo: —No me vio, no pude hacer que me viera el candidato.
Soy ahora un enredo de incertidumbre; me pregunto: el que asesina al maestro de escuela, ¿quedará condenado a ser el cadáver del “grande hombre incomprendido”? ¿Será imposible abandonar su demonio interior?
Pero veo que no he logrado darle forma a mi estado de ánimo; ensayaré con otras imágenes, así:
Había un escriba en el Tribunal, treinta pesos de sueldo, casado hacía quince años y su mujer dizque era horra. Al fin aprendió y se dedicó a lambón; le ascendieron a sueldo de ochenta pesos y al año parió la vieja.
Y así, una vez en que vino una señora de Bogotá, horra también, dizque a beber agua de La Ayurá, que dicen que hace empreñar a las más duras, y a hacerle novena al Señor Caído de la Candelaria, que también dicen que preña, el escriba del Tribunal dijo: ¡La novena que se la haga al Señor Parado!
Quiere decir que todo lo que llaman milagros proviene de la energía vital, y que ésta es la adaptabilidad: salud, dinero y poder.
Los “genios” son siempre langarutos, pingofríos, consumidores de la insípida comida de los muertos: “la gloria”, “el Cielo”, etc. Las vitaminas cuestan dinero; el dinero lo tienen los poderosos; los poderosos protegen a los que se “adaptan”; luego... hay que asesinar al Manjarrés.
Argumentarán que los “genios” anuncian la realidad futura...
Anúncienla o no, llegará, y cuando llegare estaremos con ella. ¡Bonita profesión esa de profetas, que no comen del plato que está en la mesa porque olfatean el que preparan en la cocina, y que no prueban de éste, cuando llega, porque olfatean otro; ¡y se imaginan que llega porque ellos lo anuncian! Son los Señores Caídos, castos, abstemios, meafríos.
Termino avisando que ha muerto definitivamente el maestro de escuela de Envigado. Todo lo que hace la gente colombiana lo hará el don Tinoso que soy; lo que hicieron don Bernardo y el de la Colombiana de Tabaco, lo haré mejor; todo, toda acción inmunda, menos... una que no diré porque me perjudicará y ya es hora de principiar el fácil camino.
Perdonad, señores. Sí la haré: cada vez son más apagadas las protestas que salen del hoyo donde yace el loco. ¿No pertenezco, por ventura, al pueblo más vil, al antioqueño? Si mi pueblo todo lo vende; si el oro le convierte en palacios las letrinas que habita, ¿por qué no podré...?
Requiescat in pace. Ahora sí estoy muerto.
Ex Fernando González
La Huerta del Alemán, Envigado, 12 de febrero de 1941.

Tomado de : "El maestro de escuela" http://www.otraparte.org/ideas/1941-maestro.html                                                                

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